jueves, mayo 31, 2007

Historia y memoria


Sigue de moda el opinar sobre la “memoria histórica”, para algunos un auténtico oximoron.

Sin llegar a esos extremos merece la pena la reflexión que con destino al próximo Diccionario de conceptos sociales y políticos del siglo XX español, de próxima aparición en Alianza y coordinado por Javier Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes, publica Claves en su número 172 de Mayo 2007

La doctora Paloma Aguilar en su artículo esclarece lo que académicamente significa la memoria histórica, no se pronuncia por una acepción concreta de las que están en la polémica política pero aclara conceptos que para muchos pudieran pasar por verdades reveladas y, al mismo tiempo, muestra el valor de la democracia para afrontar hechos pasados sin por ello poner en peligro la estabilidad conseguida.

En otro artículo publicado hoy en El Mundo, el historiador Fernando García de Cortázar con pie en la revolución de Mayo de 1937 en Barcelona, muestra distintos ejemplos de hechos históricamente constatados, con los que se demuestra que, la verdadera historia de la república y de la guerra in-civil comenzada en 1936, dista de ser una película en blanco y negro con unos buenos muy buenos y unos malos muy malos.

Copio unos párrafos del artículo de Fernando García de Cortázar:

“Pero la vía de la memoria histórica es otra. Lo documenta el silencio que ha rodeado al mes de mayo en el aniversario de los violentos combates en Barcelona entre anarquistas, miembros del POUM y comunistas. Porque los sucesos de mayo de 1937 son más importantes de lo que podrían parecer a simple vista. Separan la realidad del mito y reflejan dos hechos sobre los que existe un claro consenso historiográfico. Primero: la República que nació el 14 de abril de 1931 había muerto antes de que acabara la Guerra Civil. Segundo: en el bando republicano, bajo el estandarte unificado de su carácter resistencial al fascismo, además de la llama apagada de una izquierda liberal, latía un volcán de pequeñas repúblicas revolucionarias y de poderes que se ejercían a punta de fusil, con su séquito de violencias y de asesinatos. Un volcán de fuerzas heterogéneas, hostiles unas a otras.

No hay mejor testigo de lo primero que Manuel Azaña. Tentado por el abandono ya en 1936, después de comprobar que la crueldad y la venganza, «hijas del miedo y la cobardía», también definían su propio campo, el presidente de la Segunda República vivió, paralizado y sitiado en Barcelona, los sucesos de mayo. Leyendo sus diarios se da uno cuenta de la gravedad de la Guerra Civil para aquellos a quienes no les parece la aurora de un nuevo día, sino el crepúsculo del anterior. En su Cuaderno de la Pobleta, el 20 de mayo de 1937, refiriéndose al histérico espectáculo revolucionario que le ha ofrecido la ruidosa ciudad Condal, escribe Azaña: «Aquí no queda nada: gobierno, partidos, autoridades, servicios públicos, fuerza armada: nada existe.»

Testigo de lo segundo fue Orwell. Tras el liberal que ha querido gobernar con un buen discurso, el último romántico. Los días del fascismo estaban en su apogeo y Orwell no lo duda ni un segundo. Si viaja a España como miliciano es para luchar «contra el fascismo». Si se le pregunta por qué, contesta que «por simple decencia». Pero, después de la persecución que, como miembro del POUM, sufre en Barcelona, vuelve a Londres con la convicción de que la contienda española es un fraude. Orwell sabe bien lo que dice. Es uno de los rarísimos intelectuales comprometidos del siglo XX que es capaz de ver y que coloca la realidad por encima de la abstracción. Siguiéndole escuchamos los pistoletazos de una sindical contra otra y descubrimos parte del papel desempeñado por el Partido Comunista que, tras la máscara de la autoridad pública y el orden republicano, efectúa la conquista del poder y la confiscación de la libertad”.

Recientemente se ha vuelto a reunir un año más en Pamplona un conglomerado de asociaciones entreveradas de movimientos políticos, muchos de ellos incapaces de condenar el asesinato de dos inocentes inmigrantes en Barajas, para hacernos creer en la intrínseca bondad de todos los que perdieron la guerra del 36.

Salud.

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