martes, febrero 12, 2008

Todos iguales

Los nazis son iguales aquí, en Santiago y en la misma Conchinchina.


Les pagamos los estudios y mira para qué. Se dedican a agredir a los escoltas de María san Gil porque no pudieron llegar a ella.

Hasta aquí lo corriente en ese mundo nacionalista, incapaces de admitir nada de razón en el contrario, intentan acallarle a palos o pedradas o bombas o tiros o como sea, todo menos consentir que la gente se exprese libremente, puesto que si les dejan hablar luego los votos nacionalistas son los que son, apenas unos poquitos para conseguir aupar al PSOE a un gobierno que nunca debió formar en Galicia con esos personajes.

Esos jóvenes de Santiago están aliados con las juventudes del PNV, las de EA, las de CIU y todo ese submundo nacionalista que se cree imbuido de la razón del corazón y no entiende de más.


Se creen, como bien decía Joseba Arregi, que el sentimiento está por encima de la ley (Se va acabando el juego de creer que en democracia los sentimientos no están sujetos a la regulación de las normas y de las leyes, a la regulación del Derecho -algo que se entiende perfectamente si en lugar de sentimientos de pertenencia nacional ponemos sentimientos de pertenencia religiosa-.).


Se les consiente ese plus de legitimidad y así acaban sembrando el terror entre los que no son de su sentimentalidad.

Increible que fuentes de la facultad lleguen a decirle a esos energúmenos “Además, la institución docente advierte de que, con esta conducta, "ponen en entredicho sus propias reivindicaciones". Otra vez más los bienpensantes de turno quejándose de los medios pero aplaudiendo los fines. ¿Se enterarán alguna vez los totalitarios de que sólo cuentan los medios?, ¿que si éstos no valen nada vale, que no se pueden recoger las nueces caídas por la fuerza del mal?.

Asusta ver a esos escasos 50 jóvenes creyéndose los dueños del mundo y una vez que no consiguen agredir a las candidata, gritar “fora de galiza”. Son ellos y sus sentimientos los que quieren decidir quién puede y quien no estar en Galicia, o aquí o allí. No necesitan leyes, no necesitan libertad. Tienen sus sentimientos y se bastan.

Cuenta estupendamente Iñaki Ezkerra en su libro “Sabino Arana o la sentimentalidad totalitaria” (Editorial Belacqua 2003) cómo un político nacionalista que se decía moderado y demócrata le intentaba explicar en un debate, que frente a las ideologías o los proyectos políticos de otros, ellos los nacionalistas tenían derecho a defender sus sentimientos, que había que respetar sus sentimientos. Pues si, siempre y en cuanto respeten las leyes.

En su esfera privada pueden sentir lo que quieran, como si sienten la llamada de la joven que llora por la patria indefensa, pero en su actuación pública han de ajustarse, como los demás, a lo que dice la ley y cambiarla con arreglo a los procedimientos que establece.

País

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