jueves, febrero 28, 2008

La víscera

Me la encontré en el buzón, vino sin dirección postal y con cargo a los presupuestos generales del Reino de España.

Tiene color dulzón, como de baba, me dice que vive en euskadi y pregunta dónde vivo yo. Pura incongruencia pues ante el papelito yo y tú somos único sujeto.

Se despliega como un acordeón de vísceras y nos cuentan que somos lo mejor de lo mejor, nada que ver con los vecinos. Aquí todo es de casa, hasta los televisores Sony, y lo de casa ya se sabe, no emborracha, no engorda y no tiene colesterol.

Sin rebatir uno a uno los números que falsean baste decir:

Vivimos donde más impuestos pagamos los trabajadores y menos los empresarios.

Vivimos donde cada vez vive menos gente.

Vivimos donde los jóvenes más preparados tienen que emigrar a Madrid, Barcelona o Valencia para colocarse por algo más de mil euros mensuales.

Vivimos en el único lugar del mundo donde los que están en la oposición tienen que vivir escoltados y los del gobierno, incluidos la mayoría de los alcaldes se pasean alegres.

Vivimos en el sitio donde se mata a la gente por no pensar como el gobierno.

En una cosa tiene razón la víscera, en ningún sitio tienen certificado de calidad para la patata al por mayor, las gallinas de raza vasca, y así hasta el etcétera de nueces pequeñas y amargas. Toda una orgía de certificaciones de calidad subvencionadas.

Tanta inquisición sobre dónde vivo me hizo recordar las palabras de Imre Kertész con las que hace más de un año abrí la puerta de este rincón.

... vivo así aquí, esperando, apático, culpable. Es el mes de marzo, luce el sol, se acerca el día de la fiesta nacional. Mirando por la ventanilla del tranvía en la Széna Tér, veo marchar a jóvenes que enarbolan la bandera con las franjas de Árpád, llevan ropa de camuflaje y botas negras y objetos similares a armas bajo el brazo, ¿Qué preparan?....

Cerrados y excluyentes, carecen por completo del instinto más refinado de la receptividad, y cuando la cultura de una comunidad no es capaz de seguir el curso de la cultura mundial, se queda contemplando sin entender el abismo que se abre a sus pies y que se abre precisamente por ella, para que se arroje al precipicio.

País

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