Comienza el cronista, una vez superado el mal gusto de un pareado, certificando el nefasto impacto visual de los edificios que se derriban. Cuestión de gustos, puede ser, pero las medidas son las que son y el impacto grande no era, sin contar que la inmensa mayoría de los vecinos y visitantes conocimos la playa con esos edificios que le daban buenos servicios. No hace tantos años que no se disponía de otra agua u otros aseos que los de esas “moles”. Hace falta tener corta la vista para no ver, cuando se ven esos edificios, barrios enteros de viviendas más grandes, cada edificio, que esos, sin contar las innumerables viviendas unifamiliares que rondan los acantilados.
Resulta que el Ayuntamiento permite con su licencia de actividad la ampliación de unas moles, (tendrá algo que ver el que en esos otros casos la propiedad no es de la demarcación de costas si no de particulares con nombre y apellidos conocidos?) a la vez que insta el derribo de éstas.
En qué ley dice que hay que derruir esas instalaciones y mantener los bares en “barracones” y el edificio de “El peñón”, que generan mayor “impacto visual nefasto” sin contar su imbricación con un espacio urbano al que inevitablemente causa molestias su actividad nocturna?.
El argumento de que los 500 metros cuadrados repartidos entre los vizcaínos vienen a resultar una maravilla de la justicia, es una maravillosa argumentación. Como tenemos poca playa para los vizcaínos, 500 metros más para todos es un alivio. Nos traza a continuación un imposible bidegorri por la playa que enlace con Barrica. Creo sinceramente que al cronista no se le da la geografía o no conoce dónde están las “moles” que tanto le impactan.
Finalmente canta, de nuevo, las maravillas de la ampliación en 500 metros cuadrados el arenal vizcaíno y vaticina imágenes idílicas de cuando el hombre no había ocupado la naturaleza. Sabrá este señor que lo que hoy es su garaje, la gasolinera donde reposta, la acera por la que anda y el metro que usa, fueron en su día huerto feliz, suave pradera, o fontana cantarina?.
En fin, nos quitan una parte de la historia de Sopelana, le roban a la playa unos servicios que la hicieron atractiva para tantos y tantos vizcaínos y vizcaínas, que sin perder su principal uso de arenal tenían en “las moles” de la playa una referencia para el refrigerio tras el baño y para acompañar el paseo de las mañanas festivas desde una terraza, y eso es bien cierto, con un impacto visual privilegiado del arenal y la mar embravecida.
Bajo los gobiernos del PNV en Sopelana nos han ido destruyendo la poca historia del pueblo, en aras a la recuperación de una rusticidad, o sin más, en beneficio de las economías particulares. Se derruyó la casa palacio por el impacto visual?, las escuelas de San Antonio qué impacto tenían?, así “ad nauseam”, pero ahora toca poner en valor un acto indigno cuando la playa sigue careciendo del más mínimo equipamiento.
Quizá, ahora que le niegan a la salvaje el nombre por el que se la reconoce, comenzará el pueblo sabio a llamar salvajes a todos los arenales de Sopelana.
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