Cuando en los primeros años 90 cuatro gatos portábamos el lazo azul, recuerdo que al descubrir a otro portador, en el metro o en la calle, me entraban ganas de abrazarle.
Entonces los salvadores de la patria, los propios verdugos, pusieron de moda el llamarnos españolazos, con el “animus injuriandi” del ignorante que se cree que todos son de su condición.
Ese símbolo o testimonio frente al totalitarismo, hoy se lo quiere apropiar el Partido Popular para acusar al partido del gobierno de intransigente o no se sabe bien de qué. No quiero sospechar que se debe, esa usurpación, a que no conocieron su significado, porque sé que no es cierto en muchos casos, aunque no eran sus militantes los que más destacaban entonces portando el lazo.
Como cualquier símbolo, es público y tienen derecho a usarlo igual que otros lo usaron para otros fines y su mismo origen no deja de ser copia de otras iniciativas anteriores, pero el caso es que resulta patético que, algo que nace de las organizaciones sociales que luchaban contra el silencio frente al totalitarismo, se quiera transformar en un símbolo contra un gobierno democrático.
Dado el nivel de pelea en que se han enfangado los dos únicos partidos aspirantes al gobierno de la nación, no es de extrañar que unos y otros se enzarcen por el lazo o por anunciar antes un eclipse de luna. Mientras, los mortales, mirando atónitos lo que son capaces de hacer unas gentes a las que se les suponen conocimientos y un cierto saber estar.
Bien mirado, la pelea por el lazo, es cosa de niños comparada con la competición por saber quién fue el que más etarras excarceló. Raro que ahora mismo continúe alguno en prisión.
Corrigiendo levemente al genial Forges, pena de paisanos, ya que el país no tiene culpa alguna.
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