Comnetaba hace días el artículo de Jorge Urdánoz en el número 180 de Claves y para finalizar quiero apuntar un par de ideas que expone y que me parecen importantes.
Analiza el bicameralismo y constata que el nuestro no cumple las funciones constitucionales ni puede cumplirlas por su propia constitución. El senado no es la cámara de representación autonómica sino provincial y sus funciones tampoco se corresponden con una cámara de representación autonómica.
Se han ideado innumerables etiquetas para adjetivar los diversos tipos de bicameralismo que (en) el mundo hay (aristocrático, de segunda lectura, territorial, simétrico, etc. ..) pero en España hemos descubierto y puesto en práctica un nuevo tipo, el bicameralismo absurdo: una cámara sobra y sus funciones las tiene que asumir la otra.
Porque el Senado no cumple con sus funciones de representación territorial, los partidos liliputienses que no sobrepasan el 1,2% han de estar representados en el congreso puesto que su voz es imprescindible para el sistema.
Concluye este apartado con una aseveración categórica pero creo que habrá de asumirse a medio plazo: “sin modificar la constitución, mejor no tocar nada o tocar muy poco.
En el epígrafe “patriotas de provincia” describe cómo, en su día, se establece en la ley de la reforma política, que luego pasó literalmente a la constitución, un sistema de representación que bajo la idea de que todas las provincias tuvieran voz propia, llevó a la mayor desproporción a la par que dejó sin voz a las provincias.
Es el caso paradigmático de Teruel, con la plataforma “Teruel existe” sin que sus tres congresistas y sus cuatro senadores que la“representan” hubieran levantado una sola vez sus voces en defensa de las justas reivindicaciones.
Finalizo copiando el último párrafo.
La Ciencia Política asume que en la elaboración de una ley electoral el factor fundamental consiste en la negociación entre las élites partidistas. Un sistema electoral tiene que encontrarse legitimado por todos los actores del juego, porque todos ellos han de considerarlo válido y por tanto asumir sus potenciales resultados, sean los que sean. Esa exigencia atiende a u requisito necesario, sin duda, pero no suficiente. También la Filosofía Política y la ética democrática han de jugar aquí un papel fundamental aunque, últimamente, entre tanto cientificismo huero y ampuloso del lado de la teoría y tanta marrullería interesada y torticera del de la praxis, todo nos empuje a olvidar que los valores siguen siendo importantes. Pero lo son, y mucho. Porque lejos de reducirse a un mecanismo de negociación, la democracia encierra ciertos principios que – precisamente por eso, porque son principios – no pueden negociarse. La igualdad del voto es uno de ellos y ningún acuerdo entre élites puede claudicarla: los partidos sencillamente carecen de autoridad democrática para ello. Si de veras se persigue representar a la ciudadanía democráticamente entonces todo truco y todo correctivo están de más.
Salud
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