Poco después de la caída del telón de acero, cuando por fin su obra narrativa lograba traspasar las fronteras, el premio Nóbel de Literatura, Imre Kertész, empezó a expresar en artículos y discursos las implicaciones éticas y culturales del Holocausto.
En este pequeño libro de ensayos y discursos, Imre Kertész nos cuenta cómo decide dedicar su obra a mostrar el Holocausto. Copio frases y párrafos del libro (Editorial Taurus 2007)
La esencia del estado totalitario consiste precisamente en ser total, en obligar de forma continua a la confrontación o a la identificación: expropia totalmente el pensamiento, nos arranca de nuestra existencia personal a modo de catástrofes inesperadas y nos ofrece las alternativas propias de una pesadilla, entre las cuales nos obliga a elegir. De esta manera, la persona entra en la pesadilla, se convierte ella misma en un personaje del sueño angustioso, ejecuta actos parecidos a los oníricos por los que en circunstancias normales no asumiría ninguna responsabilidad personal, y a menudo ni siquiera la percibe. En la dinámica del totalitarismo nazi, la víctima se convirtió en una pieza que funcionaba perfectamente en la maquinaria creada para su aniquilación; es quizá la experiencia más extrema y al mismo tiempo más humillante que el ser humano haya vivido nunca en el transcurso de su historia.
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A mi juicio, no ofendemos ni disminuimos la tragedia del pueblo judío si hoy, más de cinco décadas después de que ocurriera, consideramos el Holocausto una experiencia universal y un trauma europeo. Al fin y al cabo, Auschwitz no se produjo en el vacío, sino en el marco de la cultura occidental, de la civilización occidental, ...
El escritor del Holocausto es en todas partes y en todas las lenguas un exiliado intelectual que siempre solicita asilo a lenguas extranjeras. Si es cierto que sólo existe un verdadero problema filosófico, el del suicidio, el escritor del Holocausto que ha decidido sobrevivir sólo puede conocer un verdadero problema, el de la emigración. Pero es preferible que diga exilio en vez de emigración. Exilio del único verdadero hogar, que nunca existió. Si existiera, no sería una imposibilidad escribir sobre el Holocausto, porque en tal caso el Holocausto tendría su lengua y el escritor del Holocausto se insertaría en una cultura existente.
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Vi al escritor portugués Saramago en la televisión: inclinado sobre una hoja de papel comparaba con Auschwitz el proceder de Israel contra los palestinos, demostrando que no es consciente de la escandalosa irrelevancia del paralelismo que utiliza ni de que el concepto de Auschwitz, que hasta el día de hoy tenía un significado bien definido en el consenso cultural europeo, en la actualidad puede utilizarse, sin más ni más, de manera populista y para fines igualmente populistas.
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Lo que descubrí en el Holocausto fue la condición humana, la estación final de una gran aventura a la que el hombre europeo llegó después de dos mil años de cultura ética y moral.
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El verdadero problema de Auschwitz es que ocurrió y que no podemos cambiar nada de este hecho, ni con la mejor ni con la peor voluntad del mundo. El poeta católico húngaro János Pilinszky definió esta grave situación con la palabra más precisa, al llamarla “escándalo”. A buen seguro entendía por este término el hecho de que Auschwitz se produjo en un ámbito cultural cristiano y que, por tanto, resulta insuperable para el espíritu metafísico.
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