Aitá, tú y tus peces. Juani le saltó como una gata: mejor que se entretenga con los peces que yendo a los bares. La hija se descolgó con una de sus réplicas: A mi me dan a escoger entre ser un pez en el acuario del aitá y ser lo que soy, y no lo dudo un instante. Como de costumbre, algunos peces nadaban cerca de la pastilla caída sobre las piedras del fondo. La olían sin llegar a mordisquearla. La pastilla es para el chupador y ellos lo saben. A la hija le entró la risa. La pastilla, el chupador, decía. ¡Hay que ver lo fácil que lo tienen algunos para ser felices! Le entró capricho por saber cuál de los peces creía yo que podía ser ella si ella fuera uno de mis peces. No la entendí a la primera. Me gusta tanto verla sonreír que le seguí el juego. Por la parte de arriba, cerca de la superficie, nadaba un molly blanco, el único que me quedaba de esa clase. Había nacido en el acuario. Un día, hace lo menos tres años, fui a limpiar el filtro y encontré dentro dos alevines, uno que ya murió y ese. Sus progenitores tampoco sobrevivieron a los meses en que descuidé el acuario. Aunque pequeño, puede que sea el pez más viejo de cuantos me quedan. Tú eres el blanco.
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Decidí ir al comedor a pedirle a la hija que no me comprara el libro. El precio era una exageración. Me paré en seco antes de entrar. A través de la puerta cerrada se oía la voz de la hija. Ven a saludarme, no me dejes aquí sola. En lugar de echar una cabezada en el sofá me jui a la calle. Pensaba aprovechar el buen tiempo y dar un paseo hasta la playa. No llegué lejos. En el porche, al lado de la farmacia, me tropecé con la vecina. El collie se acercó con el propósito evidente de que le acariciara el lomo. Jesús, me dijo ella, ¿a dónde vas en zapatillas? Me miré los pies sorprendido. Me vinieron tentaciones de inventar una excusa, pero para qué. Volví a casa con la vecina y su perro. Ya no me acuerdo de qué hablamos. Supongo que sería de algo triste.
Los párrafos anteriores son de las páginas 31, 33 y 34 de LOS PECES DE LA AMARGURA de Fernando Aramburu (Tusquets 2006). Se trata de relatos sencillos a simple vista, pero profundos. En los que se cuentan historias humanas vividas alrededor de las víctimas. Tiene razón la contraportada cuando dice “... Los peces de la amargura recoge fragmentos de vidas en las que sin dramatismo aparente, de modo indirecto o inesperado -es decir eficaz- asoma la emoción y, con ella, la denuncia y el homenaje.”
Sumamente recomendable antes de dedicarse a pasar frívolamente con el famoso “¿Y qué hay de malo en ello?”
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Decidí ir al comedor a pedirle a la hija que no me comprara el libro. El precio era una exageración. Me paré en seco antes de entrar. A través de la puerta cerrada se oía la voz de la hija. Ven a saludarme, no me dejes aquí sola. En lugar de echar una cabezada en el sofá me jui a la calle. Pensaba aprovechar el buen tiempo y dar un paseo hasta la playa. No llegué lejos. En el porche, al lado de la farmacia, me tropecé con la vecina. El collie se acercó con el propósito evidente de que le acariciara el lomo. Jesús, me dijo ella, ¿a dónde vas en zapatillas? Me miré los pies sorprendido. Me vinieron tentaciones de inventar una excusa, pero para qué. Volví a casa con la vecina y su perro. Ya no me acuerdo de qué hablamos. Supongo que sería de algo triste.
Los párrafos anteriores son de las páginas 31, 33 y 34 de LOS PECES DE LA AMARGURA de Fernando Aramburu (Tusquets 2006). Se trata de relatos sencillos a simple vista, pero profundos. En los que se cuentan historias humanas vividas alrededor de las víctimas. Tiene razón la contraportada cuando dice “... Los peces de la amargura recoge fragmentos de vidas en las que sin dramatismo aparente, de modo indirecto o inesperado -es decir eficaz- asoma la emoción y, con ella, la denuncia y el homenaje.”
Sumamente recomendable antes de dedicarse a pasar frívolamente con el famoso “¿Y qué hay de malo en ello?”
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