Con el subtítulo historias de nacionalistas vascos, traigo hoy un libro ya antiguo. Lleva tal ritmo la industria que lo publicado hace escasos 10 años, no está en los catálogos. A pesar de los años transcurridos, sus historias siguen siendo modélicas y por su buen estilo y profundidad en el análisis, merece ser releído. Copio unos párrafos de la introducción:
El psicoanálisis ha estudiado la melancolía como un fenómeno que afecta exclusivamente al individuo y que depende, en consecuencia, de sus vicisitudes biológicas. El tipo de melancolía al que me refiero, por el contrario, está estrechamente vinculado a la cultura: se transmite y se contagia a través del discurso, con independencia de que los individuos que la contraen en sus variedades más graves muestren con frecuencia una disposición idiosincrásica a otras formas particulares de abatimiento depresivo.
El propio Freud menciona, entre las causas desencadenantes de procesos melancólicos la pérdida de la patria. No por casualidad su célebre ensayo sobre la aflicción y la melancolía fue escrito en los días posteriores a la muerte del emperador Franz Josepf, en 1916, cuando muchos patriotas austriacos –y, en especial, muchos judíos que, como Freud, se habían sentido, bajo los últimos Habsburgo, a resguardo del antisemitismo de sus compatriotas- comprendieron que la desaparición del anciano monarca preludiaba el inevitable estallido del impero. La melancolía nacionalista, como la melancolía imperial, es una variante de la melancolía derivada de la pérdida de la patria, pero hay una importante diferencia entre ambas. Al contrario que en el caso de los afligidos por la pérdida del imperio, los nacionalistas no lloran una pérdida real. La nación no preexiste al nacionalismo.
Sabino Arana Goiri, antiguo tradicionalista que guardaba el rencor de una derrota bélica y una ruina familiar derivada de aquella, fue el primer vasco en soñar el sueño melancólico de la resurrección de Euskadi (fue, de hecho, el inventor de Euskadi y de su muerte) y acaso también el primero en intuir confusamente que sólo habiendo perdido una patria que nunca existió le sería posible curarse de sus humillaciones reales. Perder para ganar: estrategia revanchista de los que han sido heridos no en la patria, sino en el patrimonio. Pags. 31, 33 y 34 El bucle melancólico. Jon Juaristi. Editorial Espasa Madrid 1997.
E capítulo titulado “La vieja que pasó llorando” está plenamente vigente hoy en día. Lástima que esa vieja – joven se siga apareciendo a tanta gente que luego nos lleva por dónde nos lleva.
El psicoanálisis ha estudiado la melancolía como un fenómeno que afecta exclusivamente al individuo y que depende, en consecuencia, de sus vicisitudes biológicas. El tipo de melancolía al que me refiero, por el contrario, está estrechamente vinculado a la cultura: se transmite y se contagia a través del discurso, con independencia de que los individuos que la contraen en sus variedades más graves muestren con frecuencia una disposición idiosincrásica a otras formas particulares de abatimiento depresivo.
El propio Freud menciona, entre las causas desencadenantes de procesos melancólicos la pérdida de la patria. No por casualidad su célebre ensayo sobre la aflicción y la melancolía fue escrito en los días posteriores a la muerte del emperador Franz Josepf, en 1916, cuando muchos patriotas austriacos –y, en especial, muchos judíos que, como Freud, se habían sentido, bajo los últimos Habsburgo, a resguardo del antisemitismo de sus compatriotas- comprendieron que la desaparición del anciano monarca preludiaba el inevitable estallido del impero. La melancolía nacionalista, como la melancolía imperial, es una variante de la melancolía derivada de la pérdida de la patria, pero hay una importante diferencia entre ambas. Al contrario que en el caso de los afligidos por la pérdida del imperio, los nacionalistas no lloran una pérdida real. La nación no preexiste al nacionalismo.
Sabino Arana Goiri, antiguo tradicionalista que guardaba el rencor de una derrota bélica y una ruina familiar derivada de aquella, fue el primer vasco en soñar el sueño melancólico de la resurrección de Euskadi (fue, de hecho, el inventor de Euskadi y de su muerte) y acaso también el primero en intuir confusamente que sólo habiendo perdido una patria que nunca existió le sería posible curarse de sus humillaciones reales. Perder para ganar: estrategia revanchista de los que han sido heridos no en la patria, sino en el patrimonio. Pags. 31, 33 y 34 El bucle melancólico. Jon Juaristi. Editorial Espasa Madrid 1997.
E capítulo titulado “La vieja que pasó llorando” está plenamente vigente hoy en día. Lástima que esa vieja – joven se siga apareciendo a tanta gente que luego nos lleva por dónde nos lleva.
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