lunes, enero 29, 2007

NACIONALISMO, CIUDADANÍA, DEMOCRACIA


No sólo por falta de creatividad, aunque también, copio parte de un artículo que el profesor Félix Ovejero Lucas publica en el número 169 de CLAVES DE RAZON PRÁCTICA.

No son buenos tiempos para el ideal de ciudadanía. En los últimos años, los estados herederos de las revoluciones democráticas han sido sometidos a críticas que, de diferente manera, apuestan por el debilitamiento de aquel ideal. Dos de las criticas son de fundamento: la primera apela a la identidad; la segunda a la libertad. La primera, la crítica comunitarista, que está en la trastienda del nacionalismo, realiza su crítica por abajo: los Estados de ciudadanos iguales en derechos y libertades tendrían que dejar lugar a comunidades políticas cimentadas en afinidades culturales, en los “pueblos”. Algo así como la solución de Wilson, en 1918, cuando se planteó dividir los imperios europeos en Estados independientes basados en poblaciones étnicamente homogéneas. En lo esencial, sostiene que la existencia de una comunidad cultural justifica unas instituciones políticas que, por una parte, serían la expresión política de la identidad cultural y, a la vez, tendrían como tarea preservar esa misma identidad. La pertenencia a la comunidad política no se basaría en la voluntad, sino en el origen cultural, en la identidad.

La otra crítica, de inspiración liberal-libertaria, estaría a favor de debilitar los Estados por arriba. Su punto de partida es cierta idea de libertad según la cual uno sólo está atado por los compromisos que acepta personalmente. Desde esta perspectiva, los individuos, “con lo suyo”, podrían ir donde quieran, sin dar cuentas a nadie. Mientras en la crítica comunitarista los vínculos entre las personas se basan en el origen cultural, sin poder escapar a ese horizonte, para los liberales la relación de los individuos con los Estados es matrimonial: si no me gusta lo que se decide no juego. Y como sucede en las parejas, nada impediría a los individuos irse “con lo suyo” a otra parte, formar comunidades políticas, al modo de quienes forman empresas o clubes deportivos. La solución liberal equivalía de facto, a la disolución de los espacios jurídicos compartidos, es decir, de los espacios jurídicos. En realidad, en nombre de la libertad se acaba con la política y, al fin, con la propia libertad asegurada por la ley.

Las críticas al ideal de ciudadanía se sustentan en tesis acerca de la justificación de las fronteras. Las propuestas liberal y comunitaria se pueden entender como diferentes modos de responder a la pregunta “¿Cómo se justifica el trazo de una frontera?”. Mientras el comunitarismo sostiene que se justifica atendiendo a la identidad cultural, el liberalismo dirá que se justifica en simples acuerdos entre individuos.

En realidad, tomadas en serio, esas dos respuestas hacen imposible la realización de los ideales de justicia y democracia.
......

Muchas de las preguntas “evidentes” cuando se piensan bien no tienen sentido. En nuestro caso, la pregunta importante atañe a las condiciones de democracia. Sólo cuando inequívocamente se da una carencia de democracia podemos pensar en revisar fronteras. Dicho de otro modo: la secesión sólo cabe cuando no hay democracia o cuando los derechos están conculcados.

Frente a estas perspectivas, otra, que entronca con las raíces republicanas de la izquierda, entiende que la comunidad no es ni una tribu ni una sociedad anónima. Es un conjunto de ciudadanos comprometidos en la mutua defensa de derechos y libertades.

Me propongo transcribir otro día otras partes del artículo. Salud

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