Con este título escribe en El Periódico de Catalunya Jorge M. Reverte un artículo que me parece muy importante y con el que estoy muy de acuerdo; lo copio íntegro y les agradezco su lectura.
Hace seis años perdí a un amigo, que se llamaba Mario Onaindia y al que le acaban de montar en Zarautz (yo también) una fundación que tiene por objeto mantener su legado. Algunos de los que estamos en el asunto nos sentimos inquietos porque entre los fines de la cosa figuran referencias muy destacadas a la cultura vasca, que a Onaindia le importaba muy relativamente.
Lo que le preocupaba de Euskadi era la falta de libertad y de democracia. Por supuesto, le gustaba su paisaje, le gustaban sus amigos y la comida. Pero él decía que de mayor deseaba ser un hispanista inglés, o sea, alguien que mira lo que pasa en este trozo de la Península con alguna distancia. De cuando en cuando, hablaba de la patria, y solía decir que su patria era el lugar donde pudiera sentirse libre. Accidentalmente ese sitio era para él Madrit.
Y es que, si no se ponen condiciones, lo de la patria, como lo de la religión, acaba siendo un arma letal en situaciones de conflicto. Por esas dos cosas es por las que más se ha asesinado en la historia universal, da lo mismo en Alemania que en Ruanda, España o Yugoslavia.
Hay manifestaciones más leves. A veces, en nombre de la patria solo se roba o se miente, o se espía a la gente utilizando vías y pretextos ilegales (aquí hay que pararse, y apuntar que sin ley no hay libertad), lo que causa daños más reparables, si la sociedad, los ciudadanos, saben reaccionar y no se entregan a la complicidad identitaria.
No es casual que los dos mayores escándalos que se han producido en Barcelona en los últimos meses se hayan intentado recubrir con el manto patriótico.
Àngel Colom, Fèlix Millet, Joan Laporta y algunos otros han buscado en eso y, por tanto, en el mantra de la existencia del enemigo (no hay patria si no hay enemigo) para aliviar sus acciones.
En todos los casos coincide el intento de exculpación porque responden a fines superiores, y porque han sido destapados por conspiraciones ajenas que tienen, desde luego, intenciones anticatalanistas. Los de dentro han de comprender que se hacían buenas obras (como ayudar al Partit per la Independència de Colom o asegurar la protección de los culés vigilados); y los de fuera, callarse, porque a ellos no les compete nada de lo que aquí se hace.
Asumiendo el riesgo de ser tildado de enemigo de la patria, me atrevo a pronunciarme sobre el asunto, que no se trata sino de unos capítulos más en la historia universal de la infamia.
Fulleros, mentirosos y golfos. Por si alguien considera que me excedo en mis atribuciones, reivindico que en el Liceu he perdido parte de mis impuestos y en el Barça me va el honor de mi hijo, que, no sé por qué, es de ese equipo.
1 comentario:
Tan sólo agradecerte el artículo, Rubín. Muy necesario por lo que supone mantener vivo el legado de uno de los personajes de izquierdas más tolerantes, sensatos y cabales que ha dado el País Vasco.
UN abrazo y tomo nota del libro de Roth... (del Acantilado, por supuesto).
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