miércoles, agosto 01, 2007

62 / Modelo para armar


A la sombra de estos días, he leído, en una edición pobre de CLUB (Colección de Literatura Universal Bruguera) de Abril de 1980, La “novela” que Julio Cortázar escribió en 1968 como continuación del capítulo 62 de Rayuela, o puede que no fuera así.

Leído de un tirón, sin pararme a armar nada, resulta entretenido y más ameno que Rayuela, con la que me entretuve el pasado verano en lectura canónica (siguiendo la filigrana del autor, no el orden del editor).

Hay un párrafo, que además de interesante por su escritura, relaciona bastante bien la multitud de personajes y de situaciones de la novela. Lo copio para pasatiempo de ociosos.

Y si me callara traicionaría, porque las barajas están ahí, como la muñeca en tu armario o la huella de mi cuerpo en tu cama, y yo volveré a echarlas a mi manera, una y otra vez hasta convencerme de una repetición inapelable o encontrarme por fin como hubiera querido encontrarme en la ciudad o en la zona (tus ojos abiertos en esa habitación de la ciudad, tus ojos enormemente abiertos sin mirarme); y callar entonces sería vil, tu y yo sabemos demasiado de algo que no es nosotros y juega estas barajas en las que somos espadas o corazones pero no las manos que las mezclan y las arman, juego vertiginoso del que sólo alcanzaremos a conocer la suerte que se teje y desteje a cada lance, la figura que no antecede o nos sigue, la secuencia con que la mano nos propone al adversario, la batalla de azares excluyentes que decide las posturas y las renuncias. Ah, ceder a esa moviente armazón de redes instantáneas aceptarse en la baraja, consentir a eso que nos mezcla y nos reparte, qué tentación, Hélène, qué blando boca arriba sobre un mar en calma. Mira a Celia, mira a Austin, esos alciones flotando en la conformidad. Mira a Nicole, pobrecita, que sigue mi sombra con las manos juntas. Pero demasiado sé que para ti vivir es hacer frente, que nunca aceptaste autoridad; aunque sólo sea por eso, sin siquiera hablar de mi o de tantos otros que también jugaron los juegos, me obligo a ser esto que no escucharás o escucharás irónica, dándome así la última razón de que lo diga. Ya ves que no hablo para otros aunque sean otros los que escuchan: dime, si quieres, que sigo jugando con palabras, que también yo las mezclo y las tiro en el tapete. Reina de corazones, ríete una vez más de mí. Dilo: No podía impedirlo, era cursi como un corazón bordado. Yo seguiré buscando el acceso, Hélène, cada esquina me verá consultar un rumbo, todo entrará en la cuenta, la plaza de los tranvías, Nicole, el clip que llevabas la noche del canal Saint-Martin, las muñecas de monsieur Ochs, la sombra de Frau Marta en la Blutgasse, lo importante y lo nimio, todo lo barajaré para encontrarte como quiero, un libro comprado al azar, una guirnalda con luces, y hasta la piedra de hule que buscó Marrast en el norte de Inglaterra, la piedra de hule para tallar la estatua de Vercingétorix encargada y pagada a medias por la municipalidad a Arcueil para consternación de vecinos bien pensantes.

Salud

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