miércoles, agosto 08, 2007

Una profunda reserva moral

Con este título escribe el profesor Alberto López Basaguren un importante artículo en El País, en el que muestra cómo no se puede construir ningún futuro, desde luego no ese ilusionante que nos prometiido Ibarretxe, sin la memoria de las víctimas.

Recomiendo su lectura atenta y dejo aquí un párrafo.

El presente y el pasado más reciente de la convivencia en el País Vasco contienen elementos profundamente miserables; y muchos pretenden que nuestro futuro se construya ignorándolos, para impedir que nos embarranquemos en el pasado. La sociedad vasca tiene importantes tabúes políticos, pero ese pasado que todavía es presente corre el riesgo de convertirse en el más intocable de todos ellos. Porque penetra en lo más sensible de nuestra conciencia como sociedad: la visión complaciente de nosotros mismos, que el nacionalismo lleva al paroxismo. La tranquilidad de conciencia de la mayoría parece exigir la elusión de ese pasado, de este presente. Y muchos se incomodan cuando se sostiene que nuestro pasado condiciona irremisiblemente nuestro futuro. Al igual que le ocurre al protagonista de Otto Pette (Las últimas sombras), esa preciosa novela de Anjel Lertxundi, la simple mención del pasado produce en muchos un auténtico escalofrío, un profundo temblor interior. En ello ha radicado la postrera y amarga experiencia de las víctimas: tras ser brutalmente golpeados por la barbarie se ven convertidos en agoreros de una sociedad a la que rompen la imagen complacida de sí misma, importunando, a algunos, sus pretensiones.

Finaliza el artículo con este otro.

La firme exigencia de justicia y la reivindicación de la memoria no pueden, sin embargo, arrastrarnos a una dinámica de visceralismo partidista. Si nos adentramos por ella podremos considerarnos cargados de razones, pero pondremos en peligro la misma utilidad de la memoria, facilitando el triunfo de quienes siempre han perseguido el olvido. Y condenaremos a las víctimas a que sus heridas se mantengan permanentemente abiertas, impidiéndoles alcanzar el sosiego, aun en lo irremediable de su experiencia. La memoria es materia sensible, sumamente frágil que, si queremos que sea productiva, exige ser tratada con delicadeza y miramiento para evitar que se nos quiebre entre las manos.

Así sea

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