Santos Juliá, Historiador y Catedrático de Historia Social y del Pensamiento Político, escribe en El País un artículo que seguro dará que hablar. Partiendo de la lectura, absolutamente recomendable, de la sentencia del Tribunal Europeo de los Derechos Humanos sobre el caso de Herri Batasuna y Batasuna contra España, llega a la conclusión de que ya no es admisible democráticamente la práctica hasta no hace mucho habitual en los partidos, principalmente los llamados de izquierda pero incluso en la actualidad entre los nacionalistas llamados moderados, consistente en dos programas el máximo y el mínimo o dos almas en el caso nacionalista, el famoso péndulo.Tiene párrafos memorables, a mi modo de entender, pero creo que lo importante es leerlo en su integridad y, a poder ser, tras la lectura atenta de la sentencia.
La historia viene de lejos, de cuando los partidos políticos que aspiraban a transformar el mundo se presentaban con dos programas: el mínimo, que proponía reformas del sistema político y social; y el máximo, que pretendía su derrocamiento y sustitución por otro. Así ocurrió durante la República, cuando la democracia, para amplios sectores de derecha y de izquierda, no tenía más que un valor instrumental: valía en la medida en que servía para adelantar el día de la revolución o de la conquista de todo el poder. Los nacionalistas vascos han sido, desde su origen, maestros en este juego de estar dentro, único camino para avanzar hacia el nuevo mundo en que pueblo, nación, territorio y Estado serán al fin la misma cosa; y mantenerse fuera, porque algún día será preciso dar un salto adelante y proclamar la independencia.La cosa es tan simple que da reparo repetirla: en los Estados europeos, la democracia vale como fin y como medio. Se acabó la historia que permitía a astutos estrategas obtener lo mejor de los dos mundos golpeando desde fuera mientras administraban los dineros desde dentro. La música que acompaña al fallo suena como un réquiem por la vieja cultura política de las dos almas: cuanto antes lo entiendan los nacionalistas, menos frustraciones se llevarán si el TEDH se ve de nuevo obligado a recordarles que en un Estado democrático la única estrategia para modificar las leyes y las constituciones es aquella que respeta los principios democráticos fundamentales, entre otros, no matar al adversario político.En este humilde rincón he defendido en varias ocasiones la necesidad de que el llamado nacionalismo democrático haga su Bad Godesberg pendiente, una “refundación” tal y como todos los demás del arco parlamentario ya hicieron; no se puede hacer política en el siglo XXI con unos postulados elaborados en el siglo XIX, y si ya entonces no eran aquellos el súmmum de la modernidad, pues apaga y vámonos.
Salud