Por si alguno de ustedes no ha tenido acceso a El Correo de hoy mismo, me permito copiar un artículo que publica J.M. Ruíz Soroa
En contra de lo que parece ser estimación generalizada entre los conservadores españoles, nunca he tenido a Mayor Oreja por un analista competente del fenómeno terrorista vasco. Su supuesto acierto máximo, el de conceptuar como «tregua trampa» la de 1999, siempre me pareció un desatino notable, pues en realidad fue la única tregua de ETA explicitada con plena sinceridad por ella misma: la tregua era su concesión al proceso soberanista de acumulación de fuerzas de Lizarra, y quedó sin efecto cuando el PNV no cumplió con las expectativas que ETA se había forjado (equivocadamente o no) en torno al contenido del proceso y de su participación. A nadie se pretendió engañar ni sorprender con aquella tregua, diáfana en su intención y su alcance.
Creo que Mayor Oreja es más bien un político de comprensión muy simple y lineal de un fenómeno que analiza sólo desde sus propios deseos, y sobre todo de sus propios miedos, más que desde la objetividad. Sólo así puede explicarse su absurda idea de que el Gobierno pudiera estar interesado, aquí y ahora, en propiciar la vuelta de Batasuna a las instituciones en las próximas elecciones municipales y forales.
Para cualquier analista medianamente perspicaz, es por el contrario patente que el interés del Gobierno socialista pasa por ahora por cerrar toda posibilidad a esa participación, requisito indispensable para consolidarse en Ajuria Enea. Y que, por otro lado, el resentimiento de Rodríguez Zapatero por el fiasco de la anterior negociación le va a mantener en el lado del palo el resto de la legislatura, muy lejos del lado de la zanahoria.
Ahora bien, dejando de lado las obsesiones y miserias del europarlamentario, lo que tampoco es de recibo es la ceremonia de ofendido rasgado de vestiduras que protagonizan ahora los socialistas ante la sola idea de negociación. Y no es de recibo, en primer lugar, porque son ellos mismos los que han protagonizado no hace mucho un proceso de negociación al que tildaron de noble esfuerzo por la paz que les hacía acreedores a singular mérito. Si eso es así, malamente pueden ahora mostrar un semblante de doncellas maltratadas ante la sola mención de la negociación, como si tal cosa fuera algo que ni siquiera han imaginado. Decir 'ahora, o así, no toca' tiene sentido, decir 'nosotros nunca jamás' es retórica vacua que no hace sino confundir a la ciudadanía.
Pero no es de recibo, sobre todo, porque la línea doctrinal dominante en el PSE preconiza un final negociado del ciclo terrorista. Si alguien se molestase en leer con tranquilidad la tesis doctoral de Jesús Eguiguren vería que su entendimiento de la política vasca moderna está esencialmente montado sobre una analogía: la de que hay dos formas de poner fin a la violencia, y que ambas han sido experimentadas ya en la historia con resultados bien distintos. Una fue la salida política de la primera carlistada, el abrazo de Vergara y la Ley confirmatoria de 25-10-1839, un arreglo pactado tan borroso como eficaz: propició cincuenta años de 'oasis foral'. Otra es la Ley canovista de 21-7-1876 después de la segunda carlistada, la de la imposición inflexible de una normativa común basada en la igualdad constitucional; no cerró el problema vasco sino que lo exacerbó a la larga.
Pues bien, Eguiguren convierte su particular lectura bipolar de estos dos momentos históricos en su faro de comprensión del presente: tal como sucedió en el pasado, habría también hoy dos posibles salidas (el pacto o la norma) y dos resultados diversos (la convivencia o el cierre en falso). Y no hace sino la opción lógica correspondiente.
Atención, no se trata de una discusión académica sobre cuál sea la correcta interpretación de la historia, ni de discutir si la analogía con el ciclo moderno estatutario/terrorista es acertada o forzada. Eguiguren no es un historiador ni un ensayista, es un político con influencia y mando, nada menos que el inspirador de la línea vasquista dominante en el PSE. Sus ideas son líneas de actuación a largo plazo del partido. Y eso es así, se rasguen las vestiduras o no nuestros actuales gobernantes.
Las condiciones han cambiado como consecuencia del último fiasco negociador, pero la negociación y el arreglo políticos siguen siendo el escenario de fin de ciclo para esta parte del socialismo vasco. Incluso si ETA dejara las armas, o más bien precisamente si lo hiciera, sería entonces obligado negociar con sus (ex) representantes los términos del arreglo que permitiera una nueva convivencia.
Así lo ven y así lo dicen, salvo cuando les da por hacer de vírgenes.
Salud
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