Con este título publica Eduardo Uriarte un artículo en El País que quiero repetir aquí para tenerlo bien a mano.
No es nada nuevo que en momentos de crisis económica se produzcan los
estallidos nacionalistas más viscerales. De hecho, en el siglo pasado
las concepciones revolucionarias proletarias fueron vencidas y
sustituidas por aberrantes movimientos fascistas. Aquí, desde hace
tiempo, el movimiento obrero se dejó seducir por el discurso identitario
local y las reivindicaciones sociales en las manifestaciones sindicales
se realizan bajo el abusivo ondear de banderas regionales y
nacionalistas.
No es sorprendente que la encrucijada financiera a la que Cataluña ha
llegado intente ser superada por el nacionalismo mediante la huida
hacia delante que significa este estallido por la independencia. Llamada
a la independencia que conllevaría la ruptura de la convivencia
política, pues desde la polis la política se sustenta en la
coexistencia de diferentes lealtades. Desde el momento que el
nacionalismo opta por una sola lealtad, la política desaparece. Sin
embargo, lo que la historia nos demuestra es que no es solución la
opción nacionalista, porque la quiebra económica no desaparece, sino que
se acrecienta, y entonces deciden invadir el país vecino.
Aunque la democracia busque soluciones políticas ante la ruptura
nacionalista, no crean que éstas son fáciles. Quizás haya que aceptar
que no hay solución. La Ley de la Claridad hoy tan traída no fue bien
recibida en los ambientes nacionalistas, pues supone un cauce pactado y
dirigido desde el que posee la competencia de convocar un plebiscito, el
Estado, con todo tipo de salvaguardas, mayorías cualificadas entre
ellas, ante un posible final traumático y sin vuelta atrás. Es decir, un
proceso poco dado a la demagogia, pues su máxima es la claridad en
todos sus aspectos, los legales y los políticos, y la gente puede
enfrentarse con conocimiento responsable a la seducción emotiva y
enajenada de la independencia.
El federalismo, solución que tenía que haber sido aplicada tiempo
atrás, y no mentada ahora como Santa Bárbara cuando truena, tampoco lo
es porque le gusta aún menos al nacionalismo, ya que el federalismo se
basa en la lealtad de las partes con el todo —como en EE UU o en
Alemania—, y el sistema del peculiar Estado de las Autonomías que nos
dimos acabó permitiendo equívocos inaceptables en el federalismo. Lo que
no quiere decir que no sea la opción definitiva futura, pero supondría
una reforma constitucional que pudiera poner en entredicho las
peculiaridades de las provincias vascas y de Navarra. Y no serviría para
contentar a los nacionalistas, sencillamente porque el nacionalismo es incontentable, pues dejaría de ser nacionalismo.
Stéphane Dion, padre de la Ley de la Claridad, ya avisó en Bilbao el
25 de noviembre de 2003 de la imposibilidad de convencer a los
nacionalistas mediante transferencias de competencias. “Si la
descentralización de un país se hace para calmar al nacionalismo, será
un fracaso. Los separatistas no quieren una descentralización, sino su
propio Estado”.
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Hace 9 horas
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